Etapa 36: Dubrovnik – Tivat (73 km)

Pues ya hemos cruzado Croacia de cabo a rabo y estamos en tierras montenegrinas. Los pasos fronterizos de salida de Croacia y entrada en Montenegro distan algún kilómetro entre sí, no sabemos si es casual o quieren mantener las distancias por sus «diferencias» en el pasado reciente de la región. Por lo pronto, el primer restaurante que uno se encuentra en la carretera de Montenegro se llama Jugoslavija. Pues eso.

La salida de Dubrovnik nos ha deparado sensaciones encontradas, bicéfalas como el águila del escudo de Montenegro. Por una parte, ha sido un espectáculo maravilloso disfrutar de la bellísima estampa de la ciudad destacando con su majestuosidad en la pequeña bahía que se forma frente a la isla de Lokrum.

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Lokrum y Dubrovnik

Merecido nombre el de la perla del Adriático. Es más intenso su disfrute así, en la lejanía y en silencio. El callejeo por sus calles y recovecos es imprescindible, por supuesto, pero creemos que la ciudad cobra todo su esplendor vista en lontananza.

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Dubrovnik en la distancia

De otro lado, para salir de la «olla» en la que se enclava, hemos tenido que ascender por una estrecha carretera con rampas nada desdeñables que nos han hecho sudar ya desde los primeros kilómetros. Viendo la preciosa estampa de Dubrovnik desde lo alto se podría decir que el que algo quiere algo le cuesta.

Tras despedirnos de la antigua Ragusa en la cima de la ascensión, hemos comenzado un vertiginoso descenso por la otra cara de la montaña con otras vistas espectaculares de la costa.

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Bajando tras salir de Dubrovnik

Más adelante, la carretera se ha serenado un poco y hemos transitado junto a bellos paisajes de playas de aguas cristalinas.

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Playa en el camino

Hemos atravesado el aeropuerto mientras un avión aterrizaba y hemos llegado a una pequeña meseta por la que hemos rodado con alegría.

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Cruzando el aeropuerto

Un poco antes de llegar a la frontera montenegrina la carretera vuelve a subir a los doscientos metros entre bosques frondosos en los que destacan curiosas manchas de cipreses salvajes formando abigarrados grupos, cual cofradías de penitentes.

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La cofradía del santo ciprés

En el paso fronterizo hemos estado hablando con dos colegas de alforjas alemanes que se dirigían hacia Albania. Uno de ellos viaja en una de esas curiosas bicicletas reclinadas.

Tras pasar la frontera comienza una fuere bajada hasta el borde del mar, que en esta parte forma una sinuosa bahía, fiordo para algunos, llamado Bocas de Kotor, puesto que llega hasta esa ciudad.

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Pasado Herzeg Novi

Hemos tenido que rodear prácticamente todo el perímetro norte de este entrante de mar desde Herzeg Novi, un interesante pueblo costero, hasta un estrecho paso del que zarpan continuamente unos transbordadores que, por un par de euros, te ahorran un trozo de camino. Es cierto que no nos hubiera importado pedalearlo todo, por la belleza del lugar, pero teníamos ganas de no acabar demasiado tarde y poder descansar un poco.

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Playa cerca de Herzeg Novi
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Transbordadores en la bahía

Todo esta parte de la costa es un paraíso de un mar limpio rodeado de altas montañas tapizadas de frondosos bosques y pequeños pueblos de pintorescas casas de piedra blanca. Dicen que Montenegro es un joya por descubrir y, al menos esta parte, desde luego que lo es.

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Vista de las Bocas de Kotor

Hemos puesto fin a la etapa en un pueblo de playa llamado Tivat, que cuenta con el segundo mayor aeropuerto del país. Una vez acomodados en una estupenda y barata habitación con vistas al mar, hemos decidido visitar al vecino Kotor, (Cátaro en italiano), un bellísimo pueblo declarado Patrimonio de la Humanidad.

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Vista de Kotor

Este lugar, enclavado en lo más profundo de esa bahía o fiordo llamada Bocas de Kotor, es una joya tanto por dentro como por fuera. Tiene una larga historia, pero la mayor parte de su trazado actual se debe a los venecianos. ¡Qué gente la de aquella república! Parece que embellecían todo lo que tocaban. No sabemos si fueron o no buenos gobernantes pero, desde luego, tenían un gran gusto urbanístico.

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Muralla con el escudo veneciano

La ciudad está completamente amurallada, mérito este del emperador bizantino Justiniano I. Parte de las murallas trepan por la colina en un vertiginoso serpenteo.

Y a los pies de las mismas brotan generosos manantiales de aguas cristalinas directamente surgidas de la ladera montañosa.

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Manantial junto a la muralla

Y si en su exterior muestra la rudeza ascética del bastión defensivo, en su interior exhibe una delicada urdimbre de callejuelas y plazas, de palacetes e iglesias, de rincones y recovecos que invitan a no dejar de pasearla.

Parece increíble pero los grandes cruceros amarran a las puertas de la ciudad, tal es la profundidad de las aguas del fiordo que permiten llegar a buques de semejante calado.

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El puerto de Kotor

Tras pasear la ciudad hemos aprovechado para resolver algunos asuntos pendientes que teníamos hace días. Nos encantan estas barberías antiguas y en este caso estaba regentada por una mujer, algo no muy habitual en este tipo de establecimientos.

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En plena poda

Hemos cenado muy bien en una de las muchas terrazas de la ciudad y hemos vuelto a Tivat para descansar. Llevamos apenas unas horas en este joven país pero las primeras impresiones, tanto de sus paisajes como de sus gentes, nos han dejado un buenísimo sabor de boca.

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