Etapa 52: Marsala – San Vito lo Capo (76 kms)

Preciosa etapa la de hoy. Como ya os imagináis, al final alquilamos la bicicleta en Marsala. Los chicos de Bike4fun nos han hecho un favor enorme permitiendo que dejemos la bicicleta en Palermo y evitándonos así el viaje de vuelta.

Esta mañana hemos dado un paseo por el centro de Marsala y hemos visto que los carteles de recompensa que pusimos seguían en su sitio. Como imaginábamos han tenido escaso éxito, pero por intentarlo que no quede. Nos hemos despedido de la familia que nos ha tenido alojados en su casa. Han sido muy amables con nosotros y han compensado el amargor de nuestra estancia en la ciudad.
Desde Marsala, hemos pedaleado rumbo norte, justo de donde hoy soplaba un fuerte aire, por la carretera de las salinas. La atmósfera estaba muy limpia y los colores tenían una viveza especial.

De vez en cuando nos topábamos con la elegante figura de los viejos molinos, usados para bombear el agua entre las charcas. Hemos pasado junto a las ruinas de la antigua Mothia, rico testimonio de la fuerte presencia fenicia en la isla.

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Entre salinas y viñedos hemos llegado a Trapani. Nos ha sorprendido muy gratamente, quizás porque en Marsala nos habían predispuesto negativamente a ella. La rivalidad Trapani – Marsala es antigua en la zona.
Trapani es el principal puerto de comunicación con las islas Égadas y con Túnez. También cuenta con un notable puerto pesquero. Su centro histórico se extiende a lo largo de una fina lengua de tierra rodeada de mar por ambos lados. La punta de esta lengua es el barrio de pescadores.

Allí hemos degustado un delicioso atún rojo. Este pescado es muy habitual en esta parte de la isla y aún hoy, perviven por la zona los restos de las viejas tonnaras, que serían nuestras almadrabas. A la pesca del atún rojo en la tonnara la llaman matanzza y la última vez que se celebró una fue en el 2007, en la isla de Favignana.
Después de comer, hemos dado una última vuelta por las calles del centro peatonal, entre iglesias barrocas y palacetes. Si Marsala fue el puerto de entrada de Garibaldi y sus camisas rojas a la isla, Trapani fue el de los aragoneses, varios siglos antes. Decididamente, vale  la pena conocer esta ciudad.
Hemos dejado Trapani al sur mientras seguíamos la línea de la costa hacia el norte. A nuestra derecha, al este, quedaba la figura del imponente monte Erice con su famoso pueblo medieval en la cumbre. Nos hubiera gustado verlo si no estuviera a setecientos metros sobre el nivel del mar.
Hemos atravesado pequeños puertos pesqueros y antiguas tonnaras, como la de Bonagia. Hoy en día ya no se usan pero aún se pueden ver las antiguas barcas y las anclas que usaban para la matanzza.

Para llegar a San Vito lo Capo hay que rodear un enorme peñón llamado Monte Cofano. Se puede hacer por la carretera o por un camino pedregoso junto al mar. Esta opción es más difícil, ya que es un tramo un poco complicado para nuestras bicis cargadas de equipaje, pero es mucho más pintoresca. Así que nos hemos decidido por ella. Nos ha costado hacer los cuatro o cinco kilómetros de camino, pero el esfuerzo ha valido la pena ya que el escenario que se divisa es, simplemente, espectacular. Avanzar era difícil, no sólo por las piedras, sino por la necesidad de mirar y fotografiar cada rincón del hermoso lugar.

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Todo el conjunto forma el Parque Natural del Monte Cofano. De hecho, para atravesarlo, hay que pagar una pequeña cuota de dos euros. Los escarpes que caen hacia el mar están llenos de pequeñas palmas (palmitos) y de una variada  muestra de vegetación mediterránea.

Todo está bastante verde ya que el peñón hace de barrera a la humedad del mar. A mitad del camino, hay una antigua torre de vigilancia construida por los españoles. Formaba parte de todo un sistema de control de la costa frente a las incursiones piratas.

El camino desemboca en una antigua tonnara de la que se conserva una hermosa torre. No hemos podido visitarla ya que estaban rodando un capítulo de una serie. Es una producción de la RAI sobre un comisario, pero no es nuestro querido Monatalbano, así que hemos pasado de largo.

Las bicis han acabado con algunas magulladuras que, amablemente, nos han reparado en San Vito lo Capo, en un taller de bicis – cafetería muy interesante.

Esta ciudad es uno de los puntos de atracción turística veraniega más frecuentados de la isla. Se nota por la cantidad de tiendas, restaurantes, heladerias… que llenan sus calles. Pero no es más que eso, un sitio de playa. Lo más interesante, desde luego, son sus alrededores, los espectaculares escarpes rocosos que la circundan. Pero creemos que en pleno agosto no se nos ocurriría poner nuestros pies por aquí.

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Nos quedaremos un par de días de descanso y disfrute, ahora que apenas hay gente, y después enfrentaremos, con tristeza, nuestra última etapa del periplo hasta Palermo. Nos gustaría que hubiera durado más pero todo tiene su fin y nuestro viaje se acerca a él. Desde luego, esta etapa podría ser un estupendo colofón.

Etapa 51: Sciacca – Marsala (75 kms)

Hoy hemos tenido una etapa un tanto especial, como ya os contaremos.
Esta mañana hemos salido temprano del hermoso lugar del que os hablábamos. El día se ha levantado con una temperatura mucho más suave que ayer gracias a una fina capa de nubes que amortiguaba la dureza del sol.
Hemos seguido pedaleando entre tierras de cultivo, donde cada vez abunda más el viñedo. Se nota que nos acercamos a Marsala, ciudad de renombre por sus caldos.

Hemos pasado cerca de las ruinas de Selinunte, una de las principales urbes de la Magna Grecia. No hemos entrado ya que nos hacía desviarnos de nuestra ruta y veníamos bien servidos de Agrigento, aunque nos consta que el lugar reviste mucho interés. Hemos llegado a ver, en la lejanía, uno de los templos que aún se mantiene en pie.

Hemos almorzado en una pequeña panadería de un pueblo agrícola llamado Campobello di Mazzara. Las pastas de masa de almendra, típicas de toda Sicila, nos han sabido deliciosas. Cuando encontramos una panadería de verdad, es un auténtico placer.
Cerca del mediodía hemos llegado a Mazzara del Vallo, una interesante ciudad portuaria. La cercanía con la costa tunecina se nota en todas partes, no sólo por la presencia de una fuerte colonia de magrebíes en la ciudad, sino en su propia base cultural. Por ejemplo, el plato típico del lugar es el cous-cous, que suelen hacer de pescado. El barrio histórico del centro se sigue llamando la kasbah y mantiene la estructura de callejuelas característica de las ciudades del norte de África, aunque con un aire menos pintoresco. Los dulces también son, en cierta forma, similares. Y hasta hemos escuchado el canto del muecín hacia el mediodía.

De Mazzara a Marsala es un paseo de unos veinte kilómetros que hemos hecho por pequeñas carreteras secundarias sin tráfico y rodeados de viñedos.

Cuando hemos llegado a Marsala serían las tres de la tarde. La ciudad estaba muy tranquila y hemos dado un pequeño paseo por el centro histórico. Nos hemos acercado a una heladería y hemos dejado las bicis en la puerta, puesto que pensábamos salir enseguida. Y ahora viene el por qué decíamos que ha sido una etapa especial.

En la heladería había una mesa y dos sillas y, como veníamos cansados, nos hemos sentado a tomar tranquilamente el helado y, ya de paso, degustar una copita de vino local. Cuando hemos acabado, hemos pagado y hemos salido. Nuestro disgusto ha sido mayúsculo al comprobar que una de las bicis, la de Mayte, no estaba. No las habíamos atado, aunque solemos hacerlo siempre, ya que pensábamos salir fuera con el helado y no sentarnos, como hemos hecho.
No había mucha gente por la calle. Hemos visto a unos voluntarios de la Cruz Roja y les hemos preguntado. Estos no han visto nada pero nos han ayudado. Han llamado a los carabinieri y se han dado unas cuantas vueltas por si veían algo. Hemos ido a la policía a poner una denuncia, con pocas esperanzas de que siriviera de algo, la verdad.
Al final, hemos alquilado una habitación en un B&B y nos hemos recogido a digerir el mal trago. Al cabo de un rato, nos han llamado de comisaría diciendo que habían encontrado las alforjas con la ropa pero de la bici nada de nada. Será difícil que aparezca. A los policías les molestaba especialmente que nos hubieran robado a unos turistas y se notaba que querían poner cartas en el asunto. Nos han hecho ir con ellos a un centro de acogida de inmigrantes a echar un vistazo por si veíamos nuestra bici. La escena ha sido dura, la verdad. Nos ha hecho asomarnos al trastero oscuro de nuestra sociedad, ese que parece que no queremos ver.
El centro en cuestión es un antiguo hospital en el que viven, en habitaciones repletas, más de trescientos subsaharianos. Había otras tantas bicicletas, por lo menos, ya que son prácticamente su única pertenencia y su único medio de transporte. Incluso en una de las galerías tienen montado una especie de taller donde un chico repara las bicis de los demás. Es un pequeño microcosmos. Cuando hemos entrado con los carabinieri, la mujer al frente del lugar se ha enfrentado a ellos diciendo que no se puede entrar así sin una orden ni nada. Yo pensaba que tenía razón, pero los carabinieri han hecho caso omiso y hemos empezado a mirar por todos los pasillos repletos de bicis, a ver si aparecía la nuestra. Yo pensaba que si alguno la había cogido no sería tan estúpido de dejarla a la vista. Mientras buscábamos, todos nos miraban con una cierta indiferencia, como acostumbrados a sentirse siempre bajo sospecha. A mi me resultaba muy dura la situación. Estos pobres chavales sí que tienen problemas. Lo de nuestra bici no lo es. Obviamente, no la hemos encontrado pero la policía ha demostrado que se preocupa por los turistas.
Gente de aquí nos ha dicho que, normalmente, los subsaharianos no roban. A veces, los toxicómanos roban bicis que les revenden a ellos por cuatro perras. En todo caso, haya sido quien haya sido, tiene que tener una vida dura para tener que sobrevivir malvendiendo bicis robadas. Y, aunque a nosotros nos ha hecho una buena puñeta, nos ha obligado a acercarnos a esa cruel realidad del Mediterráneo en la que apenas habíamos reparado en estas memorias. De todas esas personas que mueren cada día en este mar tratando de cruzarlo para llegar a esta orilla. De todas estas que malviven una vez llegados a ella, abandonados a su suerte salvo por algunos héroes y heroínas que cada día luchan por ellos. Y he pensado en la mujer que se ha enfrentado al policía diciéndole que esas no son formas de entrar en el albergue. En el fondo, estaba intentando defender la poca dignidad que les hemos dejado a estas personas. Y que te roben eso es bastante peor que una bicicleta.
Cuando volvíamos a la habitación, nos hemos cruzado con una limousina blanca larguísima que venía del puerto.
Y, aunque nuestro periplo estaba llegando a su final, no queremos acabarlo antes de tiempo. No podemos imaginar a Ulises rendido en la isla de Circe, o en la cueva de Polifemo. Itaca nos espera.

Así que, si después de los carteles de recompensa que hemos puesto por el centro no aparece, que no va a aparecer, alquilaremos una hasta Palermo y acabaremos el viaje donde pensábamos hacerlo. Ya os contaremos.

Etapa 50: Agrigento – Sciacca (77 kms)

Escribimos desde una casa rural cerca de Sciacca, con unas espectaculares vistas al mar y una huerta llena de rica fruta. Pero para llegar hasta aquí hemos tenido que sudar lo nuestro.

Ayer pasamos el día visitando la moderna Agrigento y el majestuoso Valle de los Templos. Nos ha gustado esta ciudad. Aunque a primera vista no asombra por su belleza, de sus rincones brota un aura que revela la cantidad de posos de historia que descansan entre sus piedras.

Un buen ejemplo de ello es la Iglesia de Santa María de los Griegos, del siglo V d.C pero construída sobre un templo griego del que aún quedan restos más que notables. Esto es Agrigento, y quizás toda Sicilia. Un sinfin de capas de historia superpuestas y entremezcladas formando un todo diferente.

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Hoy ha salido un sol de justicia y nada más empezar el camino ya nos goteaba el sudor. Nuestro termómetro ha alcanzado los treinta y cuatro grados hacia el medio día. No queremos imaginar lo que puede ser esto en pleno julio. Para compensar el calor, ha corrido una ligera brisa de levante que, según ha ido pasando el día, se ha ido haciendo más fuerte, ayudándonos bastante al final de la etapa.
Tras ver por última vez el insólito perfil del valle de los templos, hemos encarado el camino hacia Porto Empédocle. Esta ciudad portuaria debe su nombre al filósofo nacido en la vecina Akragas (Agrigento). Ya desde entonces, Agrigento es tierra fértil para la literatura. De aquí era, aparte del citado filósofo, Luigi Pirandello, premio Nobel de literatura en 1934. También de esta provincia, de Racalmuto, era Leonardo Sciascia, otro de los referentes de la literatura italiana y universal. Y de Porto Empédocle es Andrea Camilleri, del que os hablamos el otro día cuando le vimos en Ragusa. En las ficciones de éste último, su ciudad natal aparece con el nombre de Vigata. La vecina Agrigento aparece como Montelusa. Realmonte, por donde también hemos pasado, como Muntiriali y Sciacca, en la que nos encontramos hoy, como Fiacca. O sea que, si el otro día conocíamos la geografía cinematográfica de Montalbano, hoy hemos atravesado la literaria.

Por lo demás, Porto Empédocle es una ciudad que conserva muy poco de su pasado pesquero y exhibe mucho, quizás demasiado, de la arquitectura utilitaria de los años sesenta y setenta. Al menos en lo poco que nos ha dado tiempo a ver. Nos recuerda, en parte, a Licata, que atravesamos en la etapa anterior.
Hemos continuado junto a la costa y cerca de Realmonte, nos hemos topado con uno de los rincones más pintorescos y conocidos de la costa sur siciliana, la Escala dei Turchi.

Es una formación natural de margas blancas que forman una serie de peldaños que caen al mar. Este tipo de material abunda por toda la zona. El blanco radiante de la piedra y el azul intenso del mar forman un bello contraste. En verano es un lugar muy frecuentado pero en esta época no se ve a demasiada gente.

Desde aquí, hemos avanzado por carreteras secundarias sin apenas tráfico y algunos tramos de la SS115. Hacia el mediodía el sol atacaba con ganas y todo tomaba un aspecto duro y desolado.

Hemos pensado que, incluso hoy en día, deben de ser tierras difíciles de habitar. No es de extrañar que hayan hecho emigrar a muchos de sus paisanos. Sin embargo, vemos por las calles de los pueblos a jóvenes con rasgos sudaneses, quizás mauritanos… Suponemos que para ellos esto es mejor que el lugar de donde vienen. La rueda de la emigración es un mecanismo imparable, en estas tierras lo saben muy bien.
La mayoría del terreno cultivable está plantado de viñas, olivos, cereal y, en las partes más bajas, cítricos.

Los nombres de los pueblos que atravesamos nos resultan, en cierta forma, familiares. En toda esta región la presencia árabe fue notable durante la Edad Media. Después, la influencia española dejó también su poso. Es normal que la toponimía tenga similitudes con la nuestra. Abundan los prefijos Calat- o Calta- (Caltabellota, Caltanissetta, Calatabiano, Calamonaci..). Incluso vimos un pueblo llamado Arizza.
Hemos llegado a Sciacca a la hora de comer, con más sed que hambre. Nos ha costado un buen rato quitarnos el calor que llevábamos acumulado pero un buen gelatto italiano siempre ayuda.

Sciacca es un destino turístico conocido desde antiguo por tener unas de las más importantes termas de la isla. Además cuenta con un bello puerto y unos cuantos edificios de interés. Entre ellos destaca el castillo del Conde Luna, otro de los testimonios de la presencia española aquí.
Hemos dejado Sciacca y a unos diez kilómetros, hemos alquilado, por un precio estupendo, la hermosa casa de la que os hablábamos al principio.
Mañana nos dará pereza irnos pero hoy vamos a disfrutar de las fabulosas vistas y de la sabrosa fruta.

Etapa 49: Gela – Agrigento (80 kms)

Hoy esperábamos volver a subir al ring para habérnoslas con Céfiro, pero al final no hemos tenido mucho combate. Sí que hemos tenido el viento de cara, pero con una intensidad mucho más moderada que ayer.
Hemos salido de Gela por la carretera principal, la SS115. Como ya dijimos, hay una ruta de bicicleta que une Siracusa con Trapani. La ruta aparece indicada como SIBIT, y generalmente está muy bien marcada, pero cuando se pierde la pista de los letreros nos cuesta reencontrarla. Unos kilómetros más tarde lo hemos conseguido.
La carretera principal no es muy cómoda de transitar. No tiene mucho arcén y lo poco que hay está cubierto de vegetación, generalmente cactus, chumberas o plantas espinosas, que nos acarician de vez en cuando.

El paisaje es bastante árido y muy similar a algunas zonas de España. Nos vuelve a recordar al valle del Ebro. De tanto en tanto aparece el perfil de un pueblo colgado en lo alto de un escarpe, como Butera.

Un poco más tarde un castillo medieval, el caso de Falconara, del siglo XIV.

También hemos visto unas cuantas construcciones de la II Guerra Mundial ya que esta zona se blindó ante un posible desembarco.
Hemos hecho una primera parada en Licata, una pequeña ciudad portuaria. El núcleo urbano se extiende a lo largo de las laderas de una colina hasta el mar. Junto al puerto está el barrio de pescadores, que aún conserva un cierto sabor auténtico. Por lo demás, la ciudad no llama especialmente la atención ya que los anodinos bloques de edificios de los años sesenta y setenta se han aporerado de la mayor parte del espacio urbano.

Hemos continuado el pedaleo alternando entre la SS115 y los caminos señalizados de la SIBIT.

Hemos parado a comer en Palma de Montechiaro. La ciudad queda encaramada en un alto promontorio y su aspecto no nos seduce especialmente, pero exhibe con orgullo el ser uno de los escenarios donde Giuseppe Tomasi di Lampedusa ambientó la novela El Gatopardo.

Continuamos nuestro camino entre campos de cereal, de vid y de olivos, los tres exponentes principales de la agricultura mediterránea.

Después de subir varias colinas, hemos empezado a ver en la lejanía la figura de Agrigento. Como casi todas las ciudades y pueblos de Sicilia, se encuentra encaramada en lo alto de una sierrezuela. Suponemos que es la consecuencia de haber sido un territorio en el que la gente que llegaba desde el mar no siempre traía buenas intenciones.

Nos hemos quedado en la parte costera del municipio de Agrigento, en un acogedor camping junto al famoso Valle de los Templos. Mañana visitaremos este conjunto arqueológico que conserva restos de varios de los muchos templos griegos que albergó la antigua Akragante. También aprovecharemos para pasear por el corazón de la moderna Agrigento. La temperatura es deliciosa y el turismo aún es escaso, así que podremos disfrutar cómodamente de los encantos del lugar.

Etapa 48: Marina de Módica – Gela (88 kms)

Ayer hicimos una ajetreada jornada de descanso visitando Módica y Ragusa. Bien sacrificado estuvo nuestro reposo por conocer estas dos hermosas ciudades. Queríamos haber visto también Scicli, que es más pequeña que las anteriores, pero las rutas de autobús, aun siendo frecuentes, no son fáciles de enlazar.

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Como ya dijimos, estas ciudades, junto con Noto, son Patrimonio de la Humanidad. Sus calles, plazoletas, palacios… forman preciosos conjuntos con un sabor muy auténtico. También os comentábamos que estos lugares son el escenario habitual de la ficción televisiva “El Comisario Montalbano”. Lo que no esperábamos ayer es encontrarnos con el rodaje de uno de los nuevos capítulos de la serie y menos aún con ver al autor de la saga literaria, Andrea Camilieri.

Hoy hemos salido de Marina de Módica y hemos atravesado otros de los escenarios habituales de la citada serie, entre ellos la casa del comisario, que habitualmente es un Bed & Breakfast llamado “La Casa de Montalbano”.

Una vez colmadas ya las inquietudes mitómanas, hemos seguido avanzando junto a la costa. Durante toda la jornada nos ha tocado luchar contra un fuerte viento de poniente. El céfiro es el habitual de la zona, así que nos esperan algunas jornadas más en su compañía.
El aire en contra no es sólo molesto por el esfuerzo extra al que obliga, sino por la sensación de inquietud que produce con su insistencia.
El paisaje del sur de la isla es muy árido y en algunas partes nos ha recordado a Almería. Y, al igual que en ésta, son frecuentes los cultivos de invernadero. La mayoría de ellos producen, en esta época, tomates y berenjenas, productos indispensables para una buena pasta a la Norma.

El mar tiene un color muy azulado por aquí y las playas suelen ser de una finísima arena. Nos hubiéramos dado un baño pero el viento trae un aire un poco fresco que no invita demasiado a ello.

Hemos atravesado varios yacimientos arqueológicos. A lo largo de toda esta franja de costa se ubicaban algunas de las más importantes ciudades de la Magna Grecia, como Kamarina o la misma Gela. Hoy apenas quedan los escombros de lo que fueron los cimientos de la cultura europea.

La Gela de hoy en día es una ciudad industrial en la que destaca su refinería de petróleo. Bueno, igual hay que decir que es una ciudad postindustrial, porque nos han dicho que esta factoría está en proceso de cierre, lo que ha provocado el aumento del ya de por sí elevado número de parados. La cultura italiana y española son iguales hasta en esto. De todo ello hemos estado hablando con un simpático matrimonio que regenta un pequeño supermercado. Nos han dicho que su hijo es parlamentario europeo por el Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo. Esperamos que su labor en pro de una Europa más justa y solidaria sea fructífera.

Gela, aparte de la refinería, cuenta con un importante museo junto a las ruinas de la antigua Acrópolis griega. En esta ciudad murió Esquilo, el dramaturgo. Contamos un chascarrillo porque resulta curioso. Por lo visto, un oráculo vaticinó al escritor que iba a morir aplastado por una casa. Como hombre precavido que parece que era, se fue a vivir lejos de la ciudad. Allí, un buen día, un quebrantahuesos o ave similar, perdió a su presa, un caparazón de tortuga, que casualmente cayó sobre la cabeza del pobre Esquilo.
Bueno, como moraleja sobre lo inexorable del destino no está mal. Por si acaso, es mejor no preguntar al oráculo.

Etapa 47: Siracusa – Marina de Módica (77 kms)

La mañana se ha levantado luminosa en Siracusa. Un sol radiante brillaba en lo alto y todas las calles de Ortigia mostraban un hermoso juego de claroscuros en sus rincones.
Hemos desayunado en una cafetería, fuera ya de la isla, junto con varios lugareños que disfrutaban lentamente del soleado domingo. Nos ha costado mucho dejar Siracusa y más con un día bello como éste, pero nuestra ruta debe continuar. El avanzar, de alguna forma, nos obliga a practicar un cierto desapego, aunque cada lugar, cada persona que se abre ante nosotros, nos van dejando una huella imborrable en nuestra memoria. Quizás ese sea el verdadero alimento del viaje.

La carretera por la que hemos salido de Siracusa, la SS115 o Sícula Sudoccidental, tenía bastante tráfico. Al ser domingo, mucha gente se acercaba a las playas circundantes buscando su momento de relax semanal, pero apenas diez kilómetros después de salir ya circulábamos prácticamente solos.

La parte sur de Siracusa es bastante más amable que su cara norte. Aquí no vemos ya aquellas moles industriales y sí muchas tierras de cultivo. El paisaje es puramente mediterráneo. Limoneros, olivos, almendros, algarrobos, algún viñedo, cereal… Muchos campos de cebada y trigo están ya cosechados. Nos estamos acercando a la latitud más meridional de Sicilia, y por ende de Italia, lo que hace que el campo vaya muy adelantado.

Eran cerca de las once de la mañana y el sol pegaba fuerte, tiñendo todo de una dura luz blanquecina.
Hemos llegado a Avola, una pequeña ciudad con aire de pueblo agrícola, y nos hemos tomado un refresco. Como a la entrada ponía ciudad de la almendra hemos pedido una granita de mandorla. Es una bebida refrescante, muy energética y, por encima de todo, está deliciosa. Aparte de las almendras, Avola es famosa por el vino, o más bien por un tipo de uva a la que da nombre y origen, Nero D´Avola. No hemos visto muchos viñedos por aquí, la verdad, deben encontrarse más cerca de la zona de Pachino, en el Cabo Passero, lugar que dicen poseer uno de los cielos más límpios de Europa.

Avola está cerca de Noto y hacia allí nos hemos dirigido, pedaleando por la solitaria carretera bajo el sol abrumador del mediodía. Noto está en la ladera de una montaña y nos ha tocado escalar un poco para llegar a ella. El esfuerzo bien ha valido la pena, desde luego. Ésta, junto con Módica y Ragusa, forman el conjunto de ciudades del barroco tardío del Valle de Noto, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Como ya dijimos, un terrible terremoto sacudió toda la parte oriental de Sicilia a finales del S.XVII. Ello hizo que todas estas ciudades tuvieran que reedificarse. Los responsables de ello, en pleno período artísitico barroco, dejaron un bello y valioso testimonio de la arquitectura de la época, formando conjuntos de estilo uniforme, algo insólito de no ser por el funesto motivo.

El centro de Noto tiene una poderosa armonía, tanto por la homogeneidad del material con el que están construidos los edificios, una piedra ocre anaranjada, como por la bella factura de los mismos. La calle principal, el Corso Vittorio Emanuele, acumula la mayor parte de las joyas arquitectónicas de la ciudad.

La visita a Noto nos ha sabido a poco pero nos ha dejado un regusto exquisito en el paladar. Hemos continuado el camino y, a pocos kilómetros, nos hemos topado con otro de los, tristemente, elementos identitarios del mundo mediterráneo, un pequeño incendio en una zona de matorral.

Hemos pasado por varios pueblos sin detenernos, entre ellos Ispica, ciudad que no nos importaría haber visitado puesto que varias construcciones trogloditas llaman nuestra atención, pero si visitáramos todo aquello que reclama nuestra curiosidad necesitaríamos varios años más de viaje.

Hemos cruzado el animado Pozallo, lugar turístico en la costa, y hemos acabado en un pequeño y acogedor camping en la Marina de Módica.

Mañana descansaremos de los pedales y tomaremos un autobús para visitar las otras dos ciudades del conjunto barroco del Valle de Noto, Ragusa y Módica. Además, tengo que confesarlo, como seguidor y admirador de la serie del Comisario Montalbano, voy a disfrutar de lo lindo pues muchos de los escenarios de la misma se encuentran en estas ciudades.

Etapa 46: Catania – Siracusa (73 kms)

Después de dar un tranquilo paseo matutino por las calles de Catania, hemos tomado la SS114, que recorre todo el oriente de la isla de norte a sur. Por ello esta carretera recibe el nombre de Sícula Oriental.
El paisaje cambia bastante al sur de Catania. La montaña deja paso a una ámplia llanura y todo cobra un aspecto más árido. Los cultivos de cítricos dan paso al cereal. Aún se ven algunos terrenos con limoneros o naranjos pero tienen un porte bastante más pobre que en la ladera del Etna.

Hoy soplaba un fuerte mistral que nos ha favorecido, haciendo que en algunos tramos llanos avanzáramos a velocidades poco habituales en nosotros. Los pobres ciclistas que venían de frente no rodaban con tanta alegría.
En general, el camino entre estas dos ciudades no es especialmente bello. Podría ser el paisaje de la zona del valle del Ebro, por ejemplo. De hecho, nos ha recordado a algún tramo de nuestra segunda etapa.
A unos treinta kilómetros de Siracusa, a la altura de una ciudad llamada Augusta, comienzan a aparecer enormes complejos industriales junto a la costa, varios de ellos de refienerías de petróleo. Todo cobra un aspecto de distopía futurista a lo Mad Max.

Menos mal que Siracusa, especialmente el bello barrio de Ortigia, nos ha endulzado la mirada después de tanta dureza industrial.

Este es el centro histórico de la ciudad y todos los siglos de historia desde su fundación griega, se han acumulado en sus rincones. El conjunto forma un delicioso entorno, con una luz muy especial, ya que las calles son estrechas y los edificios no son muy altos y todo ello está rodeado de agua. Sus iglesias barrocas se mezclan con palacios renacentistas y su castillo medieval con el templo griego de Apolo. Todo está concentrado en el reducido espacio de la isla, como una síntesis de la historia del Mediterráneo.

Antes de llegar al centro histórico, hemos hecho una visita a las ruinas grecorromanas de Neápolis, en las que destaca el anfiteatro romano, el teatro griego y la Oreja de Dionisio. Ésta es una cueva artificial creada en la cantera en la que, en época griega, extraían roca caliza para la construcción de edificios. Es un lugar con una acústica excepcional. Por ello, y por su símil al del órgano auditivo, dicen que Caravaggio la bautizó con ese nombre.

Mañana seguiremos avanzando el camino. El sol está generoso con nosotros y dan ganas de seguir explorando los múltiples secretos escondidos en los rincones de la isla.

Etapa 45: Taormina – Catania (60 kms)

Hoy ha dejado de llover. Nuestro bautismo siciliano ha sido completado.
Hemos salido de Taormina pasadas las diez, bajando una empinadísima cuesta que nos ha llevado a Giardini Naxos, pueblo homónimo al de la isla de las Cícladas y primera colonia griega de Sicilia. Descendiendo por la fuerte pendiente en Taormina he vuelto a partir un radio de la rueda trasera. Me lo han reparado en un taller, unos kilómetros más adelante, pero no con la maestría con la que lo hizo Roberto en Salerno, la verdad.
Hemos continuado rumbo sur por la costa Jónica. Sentimos la poderosa omnipresencia del Etna a nuestro lado pero no conseguimos verlo. Una espesa capa de nubes lo oculta pudorosamente, pero deja adivinar su imponente figura.

Los limoneros y las viñas abundan en la zona. Estas últimas dan origen al vino del Etna, no tan conocido como otros caldos sicilianos pero con muy buena reputación entre los entendidos. Hemos cruzado varios pueblos, entre ellos Riposto, pueblo natal de Franco Batiatto. A la hora de comer hemos parado en Acireale, un pueblo grande o ciudad pequeña, famoso en Italia por su carnaval. Hemos entrado en una pequeña Trattoria y hemos degustado una de las especialidades catanesas, aunque se estila en toda la zona, la pasta alla Norma. Se llama así en honor a Bellini y su gran ópera. La receta es simple pero deliciosa: pasta, berenjena, tomate y la clave, ricotta salada. En la Trattoria, hemos entablado conversación con un comensal vecino, llamado Walter. Nos ha dicho que la pasta alla Norma debe tomarse con vino tinto sí o sí. Nosotros habíamos pedido blanco, ya que a Mayte no le gusta el tinto, y Walter me ha dado de su botella para que, al menos yo, no cometiera el sacrilegio. El vino de Walter era del Etna y estaba buenísimo, pero tampoco me hubiera importado darle al blanco, es lo que tenemos los que somos agradecidos con el comer y el beber. La charla con él ha sido larga y tendida, casi nos tienen que echar del restaurante. Al final nos hemos despedido en la puerta, aunque seguramente podríamos haber continuado conversando toda la tarde, tomando una granita de mandorla en cualquiera de las muchas y buenas heladerías de Acireale.

Con la felicidad de haber comido bien, hemos continuado el camino. Hemos venido pensando en el mito de Acis y Galatea, que la tradición sitúa aquí. De ahí la toponimia de muchos lugares de la zona, entre ellos Acireale. También nos hemos topado con las enormes piedras que el gigante Polifemo lanzó a Ulises (Nadie) cuando éste consiguió escapar de su guarida, tras haberle cegado. No hemos podido echarnos la siesta pero hemos soñado con los mitos clásicos, que tampoco está mal.

Una cosa que nos fascina de Sicilia son los nombres de las ciudades. Incluso aunque no supiéramos nada de los lugares a los que venimos, igualmente lo haríamos sólo por lo sugerentes que resultan al escucharlos: Taormina, Catania, Siracusa, Agriento… Pero uno ya viene con alguna información de antemano, especialmente prejuicios. Y, de alguna forma, muchos de los que traíamos se han empezado a materializar al llegar a Catania. No sé a los demás, pero a nosotros las ciudades sicilianas se nos antojaban repletas de palacios barrocos desvencijados, iglesias por doquier, portales enormes con grandes patios en el interior, mercados repletos de pescado y verduras… y todo esto abunda en Catania. Pero es mucho más que esto, por supuesto.

Todas las ciudades del oriente siciliano tienen un aire común, fruto de su reconstrucción en pleno período barroco, tras el enorme terremoto que asoló la zona en el 1693. Y Catania, como capital de la región, es un bello exponente del mismo.

Tras pasear un buen rato por el corazón de la ciudad, hemos vuelto a la habitación que hemos alquilado a una mujer, por un módico precio, en una de las principales calles del centro.

Lo mejor del lugar son las excelentes vistas que tenemos. Si el Etna no estuviera tan tímido estos días lo veríamos frente a nuestro balcón.

Etapa 44: Messina – Taormina (53 kms)

Nuestra primera etapa siciliana ha estado pasada por agua, será que la isla ha querido bautizarnos como nuevos visitantes de sus tierras.

La etapa ha sido bastante corta pero nos ha costado acabarla ya que hemos tenido que parar bastante para resguardarnos de los frecuentes aguaceros que han ido cayendo. Hemos ido descendido por la costa oriental de la isla. Las tierras de la Península Itálica, que a la altura de Messina están muy próximas, se han ido alejando poco a poco hasta que la punta de la bota se ha quedado atrás, dejándonos tan sólo en compañía del mar Jónico. Mientras que el Tirreno siempre estaba a nuestra derecha, el Jónico queda a nuestra izquierda y es una sensación extraña después de tanto tiempo al revés.

Hemos ido atravesando una sucesión de pueblos encajados entre la contínua línea de playa y la montaña. En este sentido, el paisaje es muy similar al de Calabria. De hecho, se cree que Sicilia estaba unida a la zona calabresa hasta que se desgajó de ella por la zona del Estrecho de Messina. Cuando se mira el perfil costero de una y otra parte, esta teoría cobra bastante sentido. En el poco terreno cultivable que queda entre el mar y la montaña, siguen siendo protagonistas los cítricos, especialmente el limón. Con esta fruta se elabora por aquí un delicioso granizado (granita en italiano), que hoy hemos probado. También lo hacen de otros sabores, como la almendra.
Otra de las especialidades de la zona es un dulce hecho a base de pasta de almendras (mandorlas), que una amable pastelera nos ha invitado a degustar. ¡Buenísimo!.

Llegar a Taormina nos ha costado un poco. No sólo por la lluvia, que no ha cejado en su empeño de mojarnos, sino porque está situada a doscientos metros sobre el mar y los hemos tenido que subir de golpe, en apenas tres kilómetros. Eso sí, gracias a esta situación elevada, las vistas desde la ciudad son bellísimas, especialmente en el antiguo teatro grecorromano desde el que se divisan el mar y el Etna. Lástima que hoy había nubes y éste apenas se vislumbraba.

Taormina se encuentra situada en una terraza natural frente al mar desde donde tiene una posición privilegiada. La ciudad no es muy grande y nos ha parecido invadida por los turistas (incluidos nosotros, claro). No esperábamos tanta masificación en esta época del año. No nos imaginamos cómo será esto en pleno verano. Es lo malo que tienen los sitios tan renombrados, que todos queremos verlos y somos unos cuantos en el planeta para un lugar tan pequeño (y eso que, por desgracia, hay una gran mayoría que ni se puede plantear viajar). En su libro sobre Roma, Javier Reverte escribía algo así como que a casi ningún turista nos gustan los demás turistas. Yo diría que menos a los japoneses, a los que me parece que les trae sin cuidado el resto.