Pues como veis, hemos acabado nuestro camino al este. Han sido tres mil doscientos cincuenta kilómetros de aventura que nos han dejado un maravilloso sabor de boca y la piel algo más morena. Siempre que acabamos un viaje nos quedan sentimientos encontrados. Por un lado, las ganas de seguir pedaleando, de seguir avanzando para conocer otras tierras y vivir nuevas experiencias. ¿Adonde llegaríamos en un mes más de pedaleo?, ¿y en dos? A partir de aquí se abriría el camino de verdad al este, cerca ya, como estamos, de las puertas del continente asiático. Pero por otro está el deseo de volver, de ver a la gente que queremos, de reencontrarnos con los lugares de nuestra vida habitual.
Hemos partido de Kineta con una preciosa mañana soleada y unas vistas espectaculares al bello golfo Sarónico, escenario de tanta historia.
La gente empezaba a acudir a las múltiples playas de la zona, pues es domingo y el día acompaña.
La carretera tiene muy poco tráfico, así que hemos avanzado a ritmo de un tranquilo paseo. Conscientes como éramos de que dábamos las últimas pedaladas de este periplo, hemos intentando disfrutar intensamente de cada una de ellas.
Hemos pasado junto a Megara, una histórica ciudad griega cuyo nuevo asentamiento se eleva sobre un montículo rodeado de vías de comunicación (tren, autovías, carreteras…). La zona tiene bastantes terrenos de cultivo y abundan las plantaciones de pistachos.
Hemos pasado a la isla de Salamina en un transbordador y la hemos cruzado de oeste a este. No podíamos dejar de imaginar en cómo hubo de ser la batalla contra los persas en los estrechos pasos de acceso a la isla. Seguramente algunos de los restos las naves abatidas en la contienda yacerán aún en el fondo de las aguas de la bahía.
Desde Salamina hemos vuelto a tierra firme atravesando el canal marino del este, justo en la dirección opuesta a la que llevaron los habitantes de Atenas cuando desalojaron la ciudad huyendo de las tropas de Jerjes en el 480 a.C.
Hemos entrado por Perama, un suburbio de Atenas con un importante puerto y numerosos astilleros.
Hemos visto una taberna, un restaurante popular, vaya, con mucha gente en sus mesas y hemos pensado que se tenía que comer bien allí. No nos hemos equivocado. Estupendo pescado, vino decente y fresco y buenos precios. Tenemos que admitir que nos vamos enamorados de la comida griega.
Después del estupendo avituallamiento hemos seguido dirección Atenas, siempre al este. El sol apretaba con energía mientras cruzábamos por un continuo de feos barrios residenciales casi desérticos en el mediodía de domingo. Aún así hemos disfrutado mucho. Siempre nos atrae conocer los lugares populares de las ciudades, aquellos en los que la gente hace su vida cotidiana, más allá de las rutas turísticas y por más que no ofrezcan demasiado atractivo estético.
Poco a poco, en lontananza, se empezaba a ver la excelsa silueta de la Acrópolis, dominando sobre el territorio de la ciudad, casi flotando sobre ella.
Hemos llegado a la ruta que une la ciudad con el Pireo y hemos entrado de lleno en la vieja Atenas por el barrio de Gali y junto al antiguo cementerio Kerámicos.
Hemos subido a las faldas de la Acrópolis por el bello barrio de Thissio con el dulce sabor de haber completado un proyecto largamente soñado.
Tras las fotos de rigor para inmortalizar el momento, hemos descendido por el barrio de Plaka hasta Monastiraki y desde allí hemos pedaleado hasta la bulliciosa plaza de Omonia, junto a la que habíamos reservado una habitación. Cuando hemos llegado, las calles eran un hervidero de gente, vendedores ambulantes de frutas y verduras, puestos de venta de ropa, móviles… y todo un poco sucio. Desde luego que éste quizás sea el barrio de esencia más oriental de toda Atenas.
Una vez más queremos daros las gracias por habernos acompañado en esta aventura. Gracias a todos los que nos habéis mandado comentarios y ánimos a lo largo del viaje. Esperamos haberos transmitido la ilusión con la que hemos ido descubriendo cada uno de los recovecos del camino.
¡Nos vemos en el próximo pedaleo!