Hoy hemos hecho nuestra última etapa con inicio y final en Italia. También abandonamos las vastas llanuras del Po para sumergirnos en las entrañas del Karst.
Hemos salido de Latisana tras un buen desayuno. Teníamos dos opciones de ruta, una por la carretera provincial, que era la más corta, y otra dando un rodeo por pequeñas carreteras locales para evitarla. Hemos querido probar si había mucho tráfico por la principal y sí, enseguida nos hemos dado cuenta que valía la pena dar un rodeo y evitarla. Así, en un pueblo llamado Palazzolo nos hemos desviado para tomar la ruta alternativa. Y ha sido un acierto. De repente, en lugar de circular junto a coches y camiones estábamos pedaleando en soledad por caminos entre hayedos, junto a humedales con gran variedad de aves y por carreteras sin nada de tráfico.
Más tarde, antes de llegar a una ciudad llamada Monfalcone, se nos ha vuelto a plantear la disyuntiva, pero en este caso hacer la ruta alternativa nos suponía dar un rodeo de más de cuarenta kilómetros y finalmente hemos optado por la carretera provincial. Además, en este tramo tiene menos tráfico y han sido sólo unos poco kilómetros de fastidio. Por el camino hemos cruzado numerosos pequeños cursos de aguas transparentes y otros más caudalosos de color azul turquesa, que bajan directamente de las cercanas montañas de los Alpes Cárnicos que hoy, a pesar la calima, se vislumbraban en el horizonte.
Hemos parado a comer en Monfalcone. La ciudad en sí no dice mucho. Hemos dado un par de vueltas por su centro pero, algo raro en Italia, no hemos visto nada que llamase nuestra atención. Por lo demás hay que decir que tiene un importante puerto (el más septentrional del Mediterráneo, por cierto). Es una ciudad claramente industrial en la que se fabrican desde grandes buques hasta aviones, pasando por productos textiles, químicos..

Es curioso que vemos ya en muchos letreros los nombres escritos en dos lenguas, italiano y friulano, que es una lengua romance bastante extendida entre los habitantes de la región tradicional de Friuli. Como lengua fronteriza que es tiene influencias de otras idiomas vecinos, especialmente del alemán.
Desde Monfalcone hemos seguido en dirección a Trieste. Ya hemos dejado atrás definitivamente, las llanuras para entrar de lleno en el imperio del relieve Kárstico. Este paisaje, tan familiar a nosotros, recibe su nombre precisamente de la meseta caliza que queda al norte de esta carretera y que separa Eslovenia de Italia. Aquí lo llaman Carso, pero el nombre karst es una germanización. Todo esto quiere decir que se acabaron las carreteras sin desniveles y empiezan las cuestas. Lo bueno es que el paisaje empieza a animarse un poco más y nos deja estampas bellísimas, como las vistas al Golfo de Trieste desde la carretera.
Hemos pasado junto al castillo de Miramar del que, con las prisas de la bajada, sólo hemos podido sacar una mala foto a pesar de que las vistas desde la carretera eran bellísimas. Esta choza la mandó construir Maximiliano de Habsburgo (Maximiliano de Mexico) que por lo visto se enamoró de la belleza del lugar. Al menos para esto mal gusto no tenía aunque, tras la suerte que corrió en México, no lo pudo disfrutar demasiado.
Hemos llegado a Trieste pronto y con un día espléndido. La gente tomaba el sol en la playa, bueno es un decir ya que por aquí no abundan éstas. La gente toma el sol junto al mar tumbada en el cemento del malecón. Es lo que hay.
Habíamos estado otras veces en Trieste pero nunca habíamos entrado por la carretera de la costa. Quizás haya sido por eso y por el día soleado que teníamos pero hemos encontrado a la ciudad radiante.
De Trieste se ha escrito mucho. De hecho es una de las ciudades más literarias que existen. No siendo una gran ciudad como París o Roma, ha acogido en su seno a un importante número de escritores de talla. Algunos naturales de aquí, como Claudio Magris y otros foráneos como James Joyce.

Trieste es una ciudad acogedora y tranquila. No es una ciudad monumental pero tiene algo que la hace muy interesante. Hay ciudades para visitar, como Venecia, y hay otras para vivir. En este último grupo Trieste ocuparía un lugar en la cabeza.