Ya no recordábamos bien lo que es pedalear por tierras ligures con sus continuos sube y baja. Menos mal que, aunque el día ha estado bastante grisáceo, el paisaje lo hace más llevadero.
Como os contábamos ayer, hemos pasado la noche en un camping de Ventimiglia. Esta ha sido y es ciudad fronteriza y esta condición sigue acarreando consecuencias. ¡Dichosas las fronteras que imponemos los humanos!. Hace tan solo una semana, a unos metros de nuestro camping, han desmantelado un campo de refugiados improvisado.

Hace unos años que Francia ha blindado su frontera por esta parte. De hecho, ayer cuando pasamos estaba vigilada por el ejército. Recordamos que cuando cruzamos de Port Bou a Cervere nadie custodiaba aquella linde.

Aquí si y el motivo es que la mayoría de las personas que entran irregularmente en Italia por el sur quieren seguir su camino hacia el norte de Europa y una de las vías naturales es esta. Así que el gobierno francés decidió poner un candado en esta parte de su territorio lo que dejó a muchos de estos inmigrantes atrapados y les está obligando a buscar caminos alternativos. Unos cruzan por los túneles ferroviarios, otros cruzan por la autopista, con igual o más riesgo, otros pagan a guías que les llevan por difíciles caminos de montaña. Ya van más de diez muertos registrados en estos intentos. Y lo peor de todo es que al final está aflorando cierta hostilidad en las personas de estas tierras. La Liga Norte, partido de ultraderecha, está haciendo su agosto por aquí. El ayuntamiento de Ventimiglia ha prohibido por ley incluso dar de comer a estas personas con sanciones de 300 a 3000€. Aunque también es cierto que ellos son víctimas de una política de inmigración y asilo vergonzosa por parte de esta Unión Europea tan poco solidaria que deja en manos de los ayuntamientos y las ONG las tareas que sus gestores políticos deberían afrontar más seriamente.
Así, con ese inevitable sentimiento de tristeza por poder transitar fácilmente de un territorio a otro dando unas pedaladas mientras otros de tus semejantes se juegan la vida por ello, hemos avanzado nuestro camino. Ójala algún día nos podamos mover todos libres por el planeta y ¿por qué no? en bici.
Hemos vuelto a rememorar nuestros pasados días por aquí a través de ciertos detalles del paisaje que nos evocan momentos de aquel viaje. Hemos entrado en San Remo para descansar y almorzar un poco y hemos vuelto a pasar junto al teatro Aristón, sede del Festival de la Canción. Antes de llegar a San Remo y gracias al aviso de un simpático ciclista setentón, hemos tomado un precioso carril bici que llega prácticamente hasta Imperia. Esta vía verde aprovecha el trazado de una antigua línea ferroviaria y en uno de sus túneles, bastante largo por cierto, han montado una exposición de homenaje a los ciclistas vencedores de la clásica Milán – San Remo. Por aquí es notable la afición al ciclismo profesional, no solo por los homenajes, que hay varios, sino por la gran cantidad de aficionados al pedaleo que nos vamos cruzando.
Pedaleando entretenidos entre campos de flores cultivadas hemos llegado hasta Imperia. Recordamos que esta ciudad debe su nombre al río que la cruza y que la divide en los dos núcleos de población que la conforman, Porto Maurizio y Oneglia. Si la anterior vez visitamos Porto Maurizio, la parte alta, esta vez hemos entrado en Oneglia.

Esta es una ciudad parecida a otras que vimos por aquí. Nos recuerda un tanto a Savona por sus enormes soportales. La verdad es que tiene un carácter un tanto anticuado, como de otra época que precisamente le da un particular encanto.

Hemos comido en una pequeña terraza y hemos tomado el postre en una preciosa pastelería a la que ya habíamos echado el ojo. Hemos probado un dulce que anunciaban como algo particular de aquí, el Baba con ron. En realidad es un buñuelo empapado en licor pero está muy rico.

Hemos vuelto a cruzar pueblos bellísimos como Cervo o Laigueglia hasta llegar a Albenga.
Esta es una pequeña ciudad con un centro histórico precioso. Fue, como ya contamos, la antigua capital del pueblo ligur y sus muchos siglos de historia se respiran en todos y cada uno de sus rincones. La ciudad antigua está embutida en un recinto más o menos cuadrado que, visto desde fuera, no deja imaginar la riqueza de su interior salvo por las indiscretas torres que emergen en lo alto como jirafas curiosas.
Hemos paseado con sosiego por sus calles y hemos acabado sentados en la mesa de un sencillo pero muy recomendable restaurante llamado «Di Franco» antes de volver al camping para descansar las piernas de las cuestas ligures.