Hoy hemos hecho un tramo de camino que ya habíamos recorrido dos años atrás. Sin embargo, apenas hemos vuelto por ninguno de los caminos que hicimos aquel año de tal forma que es como si el recorrido por estas tierras fuera nuevo para nosotros, o casi.
Desde el camping de Marseillan hemos recorrido la enorme lengua de tierra que separa la laguna de Thau del mar. Son varios kilómetros de dunas y playas naturales. Nos parece que hay bastante gente en la playa y es normal, aquí son ahora las vacaciones que llaman de Pascua. El día ha salido precioso así que la gente que ha venido de vacaciones está aprovechando para disfrutar de la playa.

Hemos llegado a Sète a media mañana y hemos parado a tomar un café. Esta ciudad siempre que la hemos visitado (y ya va por la tercera vez) tiene mucho bullicio, especialmente en la zona de su puerto pesquero (que nos encanta). Séte es una ciudad puramente mediterránea y eso se nota en todos y cada uno de sus rincones.

De Séte hemos pedaleado hasta Frontignan por un tramo de carretera con demasiado tráfico para nuestro gusto. Por suerte ha sido un trayecto corto. En el camping de Frontignan hicimos noche en nuestra anterior visita. Aquella vez seguimos el canal del «Ródano a Sète» prácticamente hasta Arles. Sin embargo ahora hemos pedaleado por un estupendo carril bici que bordea la costa y que nos ha traído casi hasta Le Grau de Roi, lugar que no habíamos visitado.

Para llegar aquí hemos atravesado varios pueblos con mayor o menor encanto. El primero de ellos, Vic la Gardiole, nos ha gustado. Es un pueblo muy pequeño pero tiene una iglesia con aspecto de fortaleza bastante imponente.

Desde aquí hemos llegado a Villeneuve-les-Maguelone. Es un pueblo este que, como su nombre indica, fue una villa nueva que se hizo nueva después de abandonar otra, Maguelone, que estaba junto al mar. De aquella queda aún hoy su antigua catedral que recordamos haber visto en nuestro anterior viaje por aquí cuando pasamos por el canal. El obispado de Maguelone se trasladó, por lo visto, a Montepellier en el siglo XVI pero la antigua catedral aún sigue dando testimonio de aquellos años de esplendor de aquella pequeña villa costera.
En Villeneuve hemos parado a comer en un pequeño bar donde nos han servido unos platos de verdura con una especie de flan de pesto deliciosos.

Desde aquí hemos continuado por un carril bici hacia la costa. Todo el siguiente tramo no nos hubiera importado saltarlo pues hemos recorrido un continuo de feos barrios de pisos de veraneo sin ningún atractivo. En cuanto sales de la costa y entras un par de kilómetros al interior cualquier pueblo tiene un enorme atractivo, pero toda la parte de la costa… El máximo exponente de esta horrible arquitectura es, sin lugar a dudas, un pueblo llamado La Grande Motte. Al principio su nombre nos parecía sugerente pero al descubrirlo se nos ha roto cualquier expectativa. Si hubiera que dar el premio “Benidorm” a algún lugar de Francia, La Grande Motte llevaría muchísimas papeletas.

No obstante, entre los diferentes pueblos y barrios que hemos ido atravesando se extiende una enorme superficie de lagunas marinas que en esta época cuentan con una enorme riqueza de fauna. Lo que más se observa por uno y otro lado son las enormes bandadas de flamencos, la mayoría de ellos con la cabeza hundida en el agua buscando su alimento. Que pájaro tan hermoso el flamenco, especialmente cuando levanta el vuelo.

Finalmente hemos llegado a Le Grau du Roi, un pueblo de la Pequeña Camarga. Se nota que es también un importante centro turístico pero conserva en su corazón un puerto pesquero a lo largo de un canal que le da un toque de autenticidad, algo que ni por asomo hemos visto en La Grande Motte.
