Hoy hemos disfrutado mucho de la etapa. El día ha salido estupendo, y después de la que nos cayó ayer, se saborea el doble. Además, hemos pasado por lugares con mucho encanto en el corazón de Armagnac, pero no, no hemos probado el famoso licor.
Lo primero que hemos hecho, después de dejar Saint Perdon, ha sido pedalear hasta Mont de Marsan y visitar la ciudad. La entrada en ella es de postal.
A pesar de ser una ciudad más bien pequeña, tiene unos cuantos rincones con encanto. Eso es lo bueno de Francia, que saben mimar sus pueblos y ciudades.
Nos hemos tomado un refresco en la terraza del café L´Entreacte, disfrutando del sol y de las vista a la plaza y el Teatro. También hemos aprovechado para comprar víveres para el camino.
Desde esta ciudad, hemos comenzado una vía verde deliciosa. Es la Vía Verde del Marsan y el Armagnac. Su trazado, con un firme impecable, avanza entre tierras de cultivo, bosques y pequeños pueblos.
Unos kilómetros más tarde, la vía deja de estar asfaltada para convertirse en un camino de tierra por el que las bicis con peso avanzan algo peor, aunque el paisaje lo compensa.
Así hemos llegado hasta La Bastide d´Armagnac. Hemos comido al sol en una de las cuidadísimas áreas de descanso de la Vía Verde y casi nos vamos sin conocer el pueblo. Menos mal que hemos entrado a verlo porque nos hubiéramos perdido un lugar precioso. Es un pueblo con un centro histórico pequeño pero conservado con mucho gusto y esmero. Tiene aires medievales en las fachadas de sus casas, sus soportales, su enorme iglesia con aspecto de fortaleza. Y también tiene muchísimos talleres de artistas y artesanos que han decidido trasladar allí su lugar de trabajo. Una delicia de lugar.
Desde allí hemos emprendido rumbo hacia el norte, atravesando campiñas con bastante viñedo, bodegas en auténticos castillos y unos cuantos pueblos con el sufijo D´Armagnac, lo que no deja dudas de la región que estamos atravesando.
Hacia el final del día nos hemos internado por una zona de pinares. No hay que olvidar que todavía estamos en la región de las Landas, uno de los pinares más extensos de toda Europa.
Por el camino nos hemos encontrado con un faisán y luego con dos enormes jabalíes. Por aquí abunda la caza y, por lo que hemos visto, los cazadores.
Como ya se iba haciendo de noche y los kilómetros iban pesando hemos empezado a buscar algún lugar para dormir. Pero nada, no había ninguno en todo el camino. Al final, hemos llegado a un pequeño pueblo llamado Durance dispuestos a dormir donde fuera. Hemos entrado en el bar del pueblo y el dueño, que se llama Eduardo y es catalán, nos ha dicho que el próximo hotel, camping… está a veinte kilómetros. Menos mal que un amable parroquiano del bar nos ha ofrecido su jardin para poner la tienda. la casa está a unos dos kilómetros del pueblo y hemos ido como hemos podido detrás de su coche. Así que aquí estamos, en el jardin de la casa de este hombre del que no sabemos ni su nombre (en cuanto ha llegado se ha vuelto al bar donde estaba, como debe ser).