Nos levantamos tempranito en el apartamento junto al Faro de Cullera, con unas vistas espectaculares.
Emprendimos la marcha con dirección a Valencia siguiendo una carretera secundaria que atraviesa toda la Albufera. Intentamos seguir un camino de arena junto a la playa pero estaba cortado así que decidimos regresar a la carretera y seguir toda la ruta por ella. No somos muy amigos de compartir la vía con los coches pero en este tramo apenas hay tráfico. Además era domingo y el camino estaba lleno de ciclistas de la capital. ¡Es impresionante la afición que hay por aquí a la bicicleta, y sobre todo a los almuerzos, pues los bares del camino estaban abarrotados de ciclistas reponiendo fuerzas!. La verdad es que seguía soplando bastante viento pero, para nuestra suerte, era ligeramente a favor la mayor parte del trayecto. Por lo demás disfrutamos mucho del paisaje ya que todos los arrozales de la albufera estaban inundados y llenos de aves.
Además también es muy placentera la sensación de pedalear sin prisa ya que la meta estaba muy cerca. Y lo mejor de todo: los naranjos repletos de naranjas. ¡Qué gozada para dos ciclistas de interior poder disfrutar de este delicioso espectáculo!. Supongo que los ciclistas de por aquí están hartos de ver naranjos pero para nosotros es algo exótico. No hace falta decir que no pudimos resistir la tentación de ir catando el género a lo largo del camino.
Finalmente llegamos a Valencia hacia el mediodía. Entramos junto a la Ciudad de las Artes y las Ciencias así que nos paramos un rato a admirar los diferentes edificios del conjunto y examinar la Ópera cuyo recubrimiento esta cayéndose a trozos.
Valencia nos recibió con un sol de invierno espectacular y con un paseo del Turia repleto de gente disfrutando del domingo.
Qué gozada llegar a meta con un marco así.